lunes, 8 de agosto de 2011

Te quiero, pero ya no te necesito.


Algunos o quizá todos hemos sentido en algún momento de nuestra vida la sensación de que alguien ya no nos necesita, de que todo lo que podíamos ofrecer a los que nos rodean ya no es necesario y que da igual lo que nos esforcemos en tratar de volver a ser visibles en la vida de alguien porque no lo lograremos. Esa sensación es bastante desagradable y personalmente no se la recomiendo a nadie, aunque en mi vida no está muy presente. Con el tiempo he aprendido a que ninguno de nosotros somos imprescindibles en la vida de otro y que por mucho que lo intentemos nunca llegaremos a serlo. Nuestro camino en la vida de las personas es simple: llegamos a su vida, cumplimos una función que tras cierto tiempo se termina y posteriormente tenemos dos opciones,  quedarnos a su lado como compañero de aventuras o simplemente irnos. Opto por la primera opción, ya que me van los riesgos. Es demasiado sencillo ayudar a una persona desde nuestro punto de comodidad, desempeñando tareas que se nos dan bien o que nos suponen poco esfuerzo. Lo que es difícil es saber mantenernos en la vida de los demás sabiendo que ya no es necesaria nuestra ayuda en su vida, simplemente como compañía. Quizá este sentimiento no esté demasiado presente en mi por cuestión de edad, pero puedo decir que si que está presente en mi madre y en el resto de madres que me rodean.
   Cuando somos pequeños necesitamos de nuestras madres para todo: comer, beber, ir al baño, vestirnos, poner la tele, leer... Con el paso del tiempo vamos creciendo y estas necesidades van disminuyendo a medida que nuestra edad va aumentando, hasta llegar al punto en el que ya no necesitas a tu madre más que para sentir su cariño incondicional. Este punto suele llegar cuando comienzas la universidad. Te cambias de ciudad, conoces a gente nueva y sobre todo tienes que aprender a hacer las cosas por ti mismo, ya que no puedes llamar a tu madre cada vez que necesites algo. Con el tiempo te vas acostumbrando y ya eres capaz de sacarte las castañas del fuego sin tener que coger el teléfono y pedir ayuda a mamá, hasta que formas tu propia vida, con tu pareja, casa propia e incluso hijos. Ahí es el momento en el que recuerdas todo lo que hacía tu madre por ti y piensas en lo duro que debe haber sido el hecho de no sentirse más alguien imprescindible en tu vida. Es un sentimiento realmente duro, pero es ley de vida. Con todo esto os quiero decir que da igual la edad que tengáis y lo inteligentes que seáis, llegará un momento en vuestras vidas donde nadie os necesite continuamente y paséis a ser vosotros los que necesitéis de alguien, pero recordad, sólo por un período de tiempo ya que nadie es imprescindible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario